La ciudad romana de Pompeya, situada en el golfo de la actual Nápoles, quedará sepultada por lava, cenizas y piroclastos tras la erupción del Vesubio en el año 79 d.C. Este desastre, aunque trágico para los pompeyanos, ha sido de gran utilidad para historiadores y arqueólogos, que pueden estudiar con precisión la vida cotidiana de hace dos milenios.
Recientemente se ha desenterrado una casa que estaba en proceso de reforma. El hallazgo, publicado en *Nature Communications* (DOI 10.1038/s41467-025-66634-7), ofrece una imagen completa del proceso constructivo de la Roma imperial, incluyendo la elaboración del notable hormigón romano, considerado por algunos estudiosos como el auténtico pilar del Imperio.
La *Domus primera* de la ínsula X de la IX regio e estaba siendo remodelada cuando la erupción la atrapó. En gran parte de Pompeya se encontraban obras de construcción en curso; el terremoto de 62 d.C., 17 años antes, había derrumbado varias casas, y en esta domus se estaban reparando muros. Los arqueólogos hallaron todos los utensilios típicos de una obra: plomadas, cinceles, pesas y cajas de herramientas de madera (ya rotas). Se observó una cuidada apilación de tejas y ladrillos de toba, muchos de ellos de segunda mano, lo que indica la reutilización de materiales de edificaciones anteriores. Además, se encontraron ánforas llenas de cal, asimilables a los modernos sacos de cemento, y grandes cantidades de material aglomerado, principalmente puzolanas de erupciones volcánicas previas. Uno de los depósitos ya contenía la mezcla de cal viva y puzolanas; al incorporarse agua, este se convertía en una mezcla llamada “en caliente”, resultando en *opus caementicium* (hormigón).
El profesor Admir Masic, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y coautor del estudio, destaca que “muchas estructuras romanas de hormigón, tanto terrestres como marítimas, se han mantenido mecánicamente robustas durante siglos”. En algunos casos, la durabilidad excede con creces la de los hormigones modernos, alcanzando hasta dos milenios. En investigaciones previas de Masic (2023) se demostró que los ingredientes de la mezcla de mortero conferían al hormigón romano propiedades autocurativas que los contemporáneos no lograban replicar. La reacción dinámica de los materiales, que sellaba defectos y poros con el tiempo, era clave para su longevidad.
En el contexto de la época, los constructores romanos no poseían la química contemporánea, pero reconocían el poder de las puzolanas volcánicas para conferir alta resistencia, durabilidad y capacidad de curar bajo el agua. Se documenta que buscaban activamente fuentes específicas de cenizas volcánicas y, en ocasiones, transportaban puzolanas a través del Mediterráneo, como se evidenció en la construcción de Cesarea Marítima, colonia romana ubicada entre actuales Haifa y Tel Aviv, Israel.
Otro hallazgo sustancial se relaciona con el aglomerante empleado. El análisis químico y cristalográfico reveló que las ánforas contenían cal hidratada o apagada (hidróxido de calcio), mientras que la mezcla del hormigón reforzado constaba de cal viva (óxido de calcio). En el depósito del último piso se detectó una combinación de cal viva y puzolanas como aglutinante. Tal evidencia demuestra que la cal viva jugó un papel esencial en la producción del *opus caementicium*, ya que su coagulación en caliente generó los clastos de cal que favorecieron la durabilidad y autocuración a largo plazo. Masic comenta que la cal apagada se utilizaba principalmente en acabados de morteros y revoques, donde la trabajabilidad y la superficie lisa eran fundamentales.
El descubrimiento de que en la misma casa se empleaban ambas fases de la cal —una para la estructura, otra para los acabados— abre un debate sobre la relación entre la práctica constructiva romana real y las recomendaciones teóricas de Vitrubio. En su tratado *De Architectura* (c. 23 a.C.), Vitrubio describió el proceso de elaboración del hormigón romano con *calx extincta*, que muchos han interpretado como la cal apagada. Masic señala que, aunque Vitrubio no estaba equivocado, sus escritos reflejan una receta normativa y una teoría de prácticas óptimas; la realidad práctica era más diversa y a veces se desvió de sus directrices. Además, existe un lapso de un siglo entre la publicación de *De Architectura* y las operaciones en Pompeya, lo que destaca la evolución de las técnicas constructivas romanas.
El profesor Víctor Yepes Piqueras, catedrático del Departamento de Ingeniería de la Construcción‑ICITECH de la Universitat Politècnica de València, coincide con Masic al afirmar que la diversidad de materiales y métodos constructivos descrita por autores clásicos como Vitrubio indica la coexistencia de prácticas alternativas al cánon tradicional, pero no una descripción universal. Yepes valora las propiedades autocurativas del hormigón romano, aunque las contextualiza dentro de un proceso geoquímico lento, con efectos localizados condicionados por ciclos de humedad ambiental. Esta característica explica la durabilidad observada, aunque no equivale a los mecanismos modernos de reparación activa inmediata que se investigan hoy.
En suma, el estudio de la casa en reforma de Pompeya aporta un conocimiento detallado de la mezcla y la práctica de construcción del hormigón romano, lo que puede servir para restaurar obras romanas con técnicas auténticas y comprender la evolución tecnológica de esta civilización.



