En una reciente entrevista en un podcast, Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, se refirió a la epidemia de soledad en Estados Unidos, sugiriendo que la mayoría de los estadounidenses tienen menos de tres amigos cercanos. Esta preocupante tendencia se suma a la creciente lista de problemas sociales y psicológicos relacionados con la alienación digital. A medida que nos sumergimos cada vez más en el mundo digital, se vuelve más claro que nuestra conexión con los demás se ha vuelto más superficial y mediada por tecnologías como algoritmos y redes sociales.
La película «La Red» (1995) de Irwin Winkler, protagonizada por Sandra Bullock, nos recuerda cómo el aislamiento digital puede llevar a la pérdida de identidad y a la alienación social. En la película, la protagonista, Angela Bennett, se enfrenta a una conspiración cibernética que destuye su vida y su identidad. La película premonitoria y visionaria nos muestra la posible consecuencia de la dependencia excesiva de la tecnología y la erosión de las interacciones humanas cara a cara.
La Organización Mundial de la Salud ha declarado que la soledad es una amenaza importante para la salud global, ya que uno de cada cuatro adultos mayores experimenta aislamiento social y entre el 5% y el 15% de los adolescentes experimentan soledad. En este contexto, el aislamiento social se ha vuelto una amenaza para la salud pública en EE. UU., superando incluso la obesidad en cuanto a gravedad.
La cuestión clave es si debemos culpa completamente a la tecnología del aumento de la soledad. Aunque es cierto que la tecnología puede contribuir a agravar el problema, también es importante reconocer que refleja factores subyacentes más profundos, como la erosión del espacio público y de la vida comunitaria. Como sugiere el periodista Dan Hancox en su libro «Multitudes», la alienación y la marginalización de las multitudes se han visto fomentadas por la privatización del espacio público y la erosión de los bienes comunes urbanos.
El consenso neoliberal de la década de 1980, sintetizado por Margaret Thatcher, ha llevado a la externalización de la conectividad social a empresas tecnológicas que se centran en la economía de la atención. Sin embargo, este enfoque puede llevar a la explotación de la soledad y la alienación para fines comerciales y políticos.
En lugar de confiar en algoritmos y IA para satisfacer nuestras necesidades sociales, debemos reivindicar la importancia de las interacciones humanas cara a cara y la construcción de comunidades sólidas. Esto puede lograrse mediante la organización colectiva en la vida real, la limitación de nuestra exposición a la pantalla y la práctica de rutinas de pantalla más saludables.
Esperemos que el legado de «La Red» sea invitar a los espectadores a salir a la calle, hablar con otros seres humanos y organizar comunidades más fuertes y más conectadas.