La enseñanza ha sido tradicionalmente considerada una conducta exclusiva de los seres humanos, al igual que otras habilidades, como la fabricación de herramientas, desmentida posteriormente por Jane Goodall. Existen dos motivos principales detrás de esta percepción.
El primero de ellos es que la etología es una disciplina con pocos siglos de desarrollo científico. Aunque el ser humano siempre ha observado el comportamiento animal, y existen registros de este tipo de estudios desde la antigüedad, la ciencia moderna comenzó a abordar seriamente esta área de conocimiento hace menos de un siglo. Por tal motivo, al inicio de los años 2000, apenas se habían documentado comportamientos en animales susceptibles de ser comparados con la enseñanza en humanos.
El segundo factor es más de índole filosófica, y se relaciona con la definición de lo que “enseñar” significa. Algunos investigadores adoptaban una concepción de tipo *mentalista*, que exigía que la enseñanza implicara la intención de transmitir conocimiento de parte del maestro. No obstante, dada la dificultad de acceder de forma concluyente a la intención de los animales, esta posición resulta metodológicamente insuficiente, impidiendo demostrar de forma certera la existencia de enseñanza en otras especies.
Frente a esta limitación, en 1992, los investigadores Caro y Hauser propusieron una definición de enseñanza de corte funcionalista.
Según este enfoque, la enseñanza no se define por las intenciones de quien enseña, sino por los efectos observables de su comportamiento.
Así, se considera enseñanza a toda acción que haya evolucionado para favorecer el aprendizaje de otro individuo. Según esta definición, para que un comportamiento sea considerado enseñanza deben cumplirse tres condiciones: en primer lugar, la conducta del individuo con experiencia (el maestro) debe modificarse únicamente en presencia de un individuo inexperto (el aprendiz); en segundo lugar, la actividad de enseñar debe suponer un coste o carencia de beneficio inmediato para el maestro, y en tercer lugar, la interacción debe promover un aprendizaje más eficiente o incluso único en el aprendiz. Este nuevo marco de análisis permitió el estudio de la enseñanza en especies no humanas. A continuación, se presentan ejemplos de animales que cumplen al menos parcialmente con esta definición: **El dilema de los guepardos** En 1994, el biólogo Tim Caro publicó un libro en el que describía un comportamiento de las guepardo hembras consistente en capturar presas vivas sin matarlas, liberándolas posteriormente para que sus cachorros pudieran practicar la caza. En caso de que el animal escapara, la madre volvía a capturarlo y repetía la acción.
Caro identificó este comportamiento como un posible caso de enseñanza, a pesar de que no pudo demostrar inequívocamente que los cachorros mejorasen su habilidad de caza. Aun así, dicho comportamiento representa una modificación de la conducta habitual de caza, a costa de un esfuerzo adicional por parte de la madre, con una posible ventaja de aprendizaje para las crías. **Hormigas: enseñar no es cuestión de inteligencia** En enero de 2006, los investigadores Nigel Franks y Tom Richardson aportaron la primera evidencia de enseñanza en una especie no humana. No se trató de un animal tradicionalmente considerado «inteligente», sino de una hormiga europea, la *Temnothorax albipennis*.
Esta especie emplea un método de guía de crías hacia fuentes de alimento en el que la hormiga experimentada reduce la velocidad de desplazamiento en respuesta al contacto de la cría, favoreciendo de este modo la memorización de la ruta. Este comportamiento implica un coste en eficiencia de desplazamiento para la hormiga que guía, a cambio de facilitar la adquisición de conocimiento de la menos experimentada.
**Suricatos: instructores de una sociedad cooperativa** Poco después de la publicación de Franks y Richardson, en 2006, se evidenció la enseñanza en suricatos. A pesar de la estructura de dominancia de sus colonias, estos animales muestran una organización social cooperativa en el cuidado de la descendencia.
Los adultos enseñan a los jóvenes a cazar escorpiones, de forma progresiva: inicialmente, les ofrecen presas inertes, luego escorpiones vivos desarmados, y finalmente, escorpiones completos. El avance de esta enseñanza se ajusta al nivel de experiencia de las crías, a lo que se añade una supervisión constante de los adultos. **Gallinas: orientadoras de la alimentación de sus crías** En el mismo año 2006, la investigadora Christine Nicol aportó un ejemplo de enseñanza en gallinas.
A fin de guiar la alimentación de sus polluelos, las gallinas utilizan señales de voz y picoteos en el suelo, especialmente en la fase de vida en que la exploración de la cría de forma autónoma no resulta muy efectiva. Además, al observar que el polluelo consume alimento de baja calidad, modifican la frecuencia de sus señales de alarma o alimento de mejor calidad, corrigiendo de este modo su comportamiento de forma adaptativa. Esta modificación de comportamiento, que conlleva un coste en tiempo y energía de las gallinas, contribuye a que sus crías aprendan más rápidamente a identificar los alimento de mayor valor nutricional.
**Conclusión** Queda de manifiesto que no es posible afirmar la existencia de la enseñanza en base meramente al grado aparente de “inteligencia” de las especies.
Cada conducta se enmarca en el contexto ecológico en el que el animal se desenvuelve.
Así, en el caso de la enseñanza en animales, los ejemplos analizados muestran una adaptación de gran utilidad para la supervivencia de la descendencia, a pesar de no encajar necesariamente con las expectativas de complejidad de comportamiento en humanos.
La evolución de estos comportamientos en diversos taxa sirve de recordatorio de que la naturaleza no se ajusta a modelos antropocéntricos, sino a la necesidad de responder de forma eficiente a los retos del entorno.




